‘Narcos: México’, Netflix regresa a la fórmula perfecta


"Esta historia no tiene un final feliz. De hecho no tiene final alguno." Así es como da inicio Narcos: México, la reciente entrega de Netflix de la serie enfocada en los grandes capos de la droga. Como sabemos bien, en la primera y segunda temporada se abordó la historia de Pablo Escobar, y en la tercera se enfocó en el Cartel de Cali. Como su nombre lo dice, en la cuarta entrega los ojos se dirigen a México, específicamente al México de los años ochenta, cuando un hombre llamado Miguel Ángel Félix Gallardo armó y encabezó una de las redes más complejas y enormes de narcotráfico.

No es fácil ver un serie como Narcos; sobre todo si las consecuencias del narcotráfico te han tocado de alguna forma, ya sea directa o indirectamente. En los países en los que se ha centrado este título, es decir, México y Colombia, las voces se han levantado tanto en contra como a favor de la serie, más que nada porque se dice que este tipo de títulos hacen apología del crimen, del narcotráfico y de la figura del antihéroe que emerge del pueblo profundo, de ese que conocen bien los países protagonistas, y se convierte en el regente del poder, del dinero y, por qué no, de la nación entera. Sin embargo, y aunque no sea fácil verla, Narcos sí que recuerda el por qué de muchas realidades y consecuencias que las personas de dichos países viven día a día. Se desempolvan viejos mitos, viejas historias y se pone luz en dos de los elementos que sin duda ayudaron a que los reinos de los narcos en cuestión se hicieran realidad: una insaciable sed de poder y una red de corrupción exacta y bien aceitada.

"Jefe de jefes"



El conocido "Jefe de jefes", Miguel Ángel Félix Gallardo, es interpretado por un creíble y estoico Diego Luna. Al llamado "Narco de narcos", el mítico Rafael Caro Quintero, le da vida Tenoch Huerta; Joaquín Cosío se encarga de interpretar a Ernesto "Don Neto" Fonseca Carrillo y Michael Peña al agente de la DEA Kiki Camarena, quien fuera asesinado a manos del Cartel. Estos cuatro son el "plato fuerte" de la serie, en ellos recae todo el peso del drama que cuenta con 10 episodios. Pero hay sin duda un personaje que se desarrolla a lo largo de la entrega, uno que se ejecuta en conjunto: el fenómeno del narco y como afecta y transforma todo lo que toca.

Contrario a lo que se puede pensar el drama está en equilibrio y jamás llega a ser la apología al narco y la violencia que muchos acusan —que la primera temporada de Pablo Escobar sí fue por momentos, por ejemplo—. De hecho durante el asenso y asentamiento de Félix Gallardo jamás se siente que tenga "el sartén por el mango", incluso se da a entender una y otra vez que él es solo el producto de la corrupción de los políticos, empresarios y fuerza policíaca. Es decir, que un capo como él es la consecuencia de un sistema injusto, una sociedad sumida en la desigualdad, apuntalado con una red de corrupción en la que están implicados desde el policía de a pie, hasta el presidente del país.



Eso sí, no debemos olvidar que Narcos: México es una historia contada por los "vencedores", en este caso por un agente de la DEA que declara que si el narco mató a uno de ellos (a Kiki Camarena) entonces ellos supieron que "estaban en guerra". Y este es uno de los sentimientos agridulces que deja la serie: que el fenómeno del narco en México es tan grande y está impreso en casi cualquier expresión social y cultural —incluso muchos de los personajes políticos y los empresarios implicados siguen al mando— que verdaderamente esa historia "no ha terminado" y por tanto no ha sido posible contarla desde dentro, precisamente porque aún está sucediendo. Puede que con otros nombres, algunos otros protagonistas, pero aún continua escribiéndose.

Es posible que por lo anterior haga tanta mella que una serie como esta sea desarrollada y emitida, porque se corre el riesgo de enaltecer valores equivocados, pero Narcos: México logra esquivar estos peligros —o casi, el tufillo de los "buenos" contra los "malos" es el eje de las narraciones en las cuatro temporadas—; logra ser un intenso drama que trata más de las pasiones humanas y el desenfreno de estas que del funcionamiento del Cartel; que trata más de la historia de un hombre pobre y pisoteado que llega a ser el más poderoso del país, hasta que puede pagarlo, claro.

NARCOS: MEXICO


Si algo distingue a Narcos: México de las tres entregas anteriores es que, aunque existe un protagonista, es decir, Miguel Ángel Félix Gallardo, él es en realidad el pretexto para contar el contragolpe que la DEA, en otras palabras, que Estados Unidos dio al Cartel de Guadalajara y sus cabecillas por haber asesinado al agente Enrique Camarena. Así lo demuestra al final de la serie y el verdadero narrador de la cuarta temporada. Entonces, para contar esta implacable respuesta —que seguramente será el eje de la siguiente entrega— y la caída de "El Padrino", como se le conocía a Félix Gallardo, era necesaria esta primera parte, que, dicho sea de paso, es entretenida, bien ejecutada, con excelentes actuaciones y magníficas representaciones tanto del México de los ochenta, como del epicentro de las operaciones del capo, Guadalajara.

Sin duda esta cuarta temporada es una de las mejores logradas de la franquicia, comparable a la primera de Pablo Escobar, aunque sin acentos extraños —Diego Luna encarna perfecto los modos y el acento sinaloítas—, sin héroes a cargo, pues Kiki Camarena (Michael Peña) es representado como un agente comprometido y no más; y, sobre todo, sin enaltecer la vida fastuosa y de poder sino remarcar que los capos no se hacen por sí solos sino que son la cara visible de una red de corrupción —los verdaderos malos de la historia—. Y, aunque en la tercera entrega hablábamos de una fórmula un tanto desgastada, en esta cuarta temporada Netflix consigue la medida exacta.



Narcos: México es un retrato crudo y doloroso, que sí, cuesta ver, pero también logra ser entretenido y esclarecedor; una dicotomía que esta clase de series siempre propone y que, finalmente, el público decide cuál lado tomar.
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